sábado, 3 de enero de 2009

Puebla


Doña Joaquina Gándara de Perea, señora alta, de nariz recta y respingada y con un eterno “french twist” en su pelo plateado fue una de las grandes amigas de mi abuela, Mamí. Siempre pensé que parecía una de esas figuras Lladró que tienen las abuelas en sus salas prístinas.
De niña recuerdo tardeadas en casa de Doña Joaquina, entre café y señoronas escuchando charlas y temas my poco apropiados para mi edad.


Doña Joaquina tenía una hermana a la que llamaban Chori y al día de hoy no se su nombre. Chori era un ser fuera de lo común. Era monja y visitaba a su hermana en Puerto Rico una vez al año pues vivía en un lugar para mi muy lejano… Puebla, México. Chori era muy hermosa. Tenía el cabello del color del azabache, piel de porcelana y unos ojos enormes… una verdadera Blanca Nieves. Por su calidad de religiosa imagino que las pláticas de las señoras de la alta sociedad de su ciudad natal no le interesaban mucho. Con disimulo, me apartaba del circulo contaminado de chismes y frivolidades para llevarme a una terraza y contarme de Puebla… Chori me decía que Puebla era una ciudad hermosa en donde había muchas iglesias y, para mi terror, era vigilada por dos volcanes inmensos. Me contaba que en Puebla pululaban ángeles que podías ver. A mí no dejaba de fascinarme el hecho de que existiera un pueblo con nombre femenino y cobró sentido cuando, ante mis muchas preguntas, me dijo que ella era esposa de Jesús, el mejor esposo que se puede tener, que todos los niñitos y niñitas de Puebla eran sus hijos y que su vida consistía en cantar y estar feliz. Ante tal revelación, y obviando el tema de los volcanes y de la necesidad de cortarse el pelo a coco como niño, me metí en la cabeza que Puebla y solo Puebla, era el lugar en donde quería yo vivir cuando fuera grande.


La salud de Chori se fue deteriorando y sus visitas a Puerto Rico fueron cada vez menos frecuentes. Esa situación combinada con mi adolescencia impidió que nos volviéramos a ver… Mi curiosidad y fascinación por Puebla no murió. Muchos años más tarde, por azares del destino, la vida me trajo a tierras aztecas. Para la sorpresa de mi ex esposo, insistí sin éxito en que nuestra luna de miel la pasáramos en Puebla.


No pasó mucho tiempo antes de que, cual musulmán a la Meca, peregrinara yo a la utopía soñada de mi niñez… Puebla de los Ángeles. Ya adulta entendí que los ángeles eran estatuas, dejaron de aterrarme los inmensos volcanes y hasta aprendí a admirar su inmensa belleza. Comprendí el significado se ser monja y definitivamente no era el estilo de vida para mí.


Aun así, el destino se empeñó en no romper mi vínculo con esa ciudad mágica con nombre de niña. Puebla hoy es el ícono, el emblema de lo que fue la madera de mi cruz.

El último día de del 2008 lo pasé en Puebla. Nos hospedamos mis padres y yo en un hotelito hermoso llamado “El Sueño” en el cual las habitaciones tienen, en lugar de números, nombres de mujeres famosas. Irónicamente a mi te toco hospedarme en la habitación “Alfonsina”… en honor a Alfonsina Storni. Alfonsina fue una poetiza nacida en Suiza y criada en la Argentina. Su nombre significa “dispuesta a todo”. En la cabecera de mi cama en el hotel los arquitectos y diseñadores tuvieron a bien escribir su último poema… poema que escribiera antes de quitarse la vida, enferma de amor.


“Dientes de flores, cofia de rocío, manos de hierbas, tú, nodriza fina, tenme puestas las sábanas terrosas y el edredón de musgos escardados.


Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame. Ponme una lámpara a la cabecera, una constelación, la que te guste, todas son buenas, bájala un poquito.


Déjame sola: oyes romper los brotes, te acuna un pie celeste y un pájaro te traza unos compases para que te olvides. Gracias…


Ah, un encargo, si él llama nuevamente por teléfono le dices que no insista que he salido”


La mañana del primer día del 2009 desperté bajo la inscripción de esa lápida de Alfonsina Storni, desperté melancólica e imaginé que todo fue un sueño…

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